De siete.
El camino empolvado
reconoce mis pies.
Me trae de vuelta.
Aplana mi frente y mis manos.
Y deambulo por desiertos, aunque secos,
más humano y,
de suaves dedos arrugados.
Los mismos dedos que picaban
el ají para el guiso
y endulzaban el café del primer rayo de luz
en las mañanas.
Las mismas arrugas dónde surcaban
Los ríos de mi infancia
Y los centavos del mandado.
Cada vez que esos ojos vidriosos me reflejan
vuelvo a ser niño.
No importa que tenga veinte, treinta o treinta y siete.
Incluso si tengo setenta,
si me reflejo en esos ojos
siempre tendré siete...
Siete es una buena edad.
Siete es una excelente edad.
La edad que tuve la primera vez que me enamoré
y supe que ella me correspondía.
Antes de esa edad era sólo instinto.
Luego fue verdad con sentido.
Esa era la edad que
Tuve cuando gané mi primera canica,
o metra,
como se dice en mi pueblo.
Bailé mi primer trompo
y volé
en las alas de un Papágayo
cazando cometas
a falta de red para cazar mariposas y,
surqué el universo
montando estrellas fugases.
Mi primera cacería fue a los siete,
en un camino empolvado y
mi arma una rama…
Mi presa, una legión de hormigas
(años después supe por qué decían que Aquiles, el de los pies ligeros, era un Mirmidon)
Cuando tienes veinte años o treinta o treinta y siete incluso setenta
no sé juega con soldaditos de hierros.
No.
Eso se deja de lado.
Pero,
Cuando se tiene cualquiera de esas edades,
Inclusive varias de esas edades
es imposible olvidar al soldado que nunca
te dejó solo en tus batallas,
a los siete.
Y que terminó sus días en la trinchera de
tu memoria
Empolvado por esos caminos de antaño
y que vuelve a la vida
en los ojos vidriosos
que te miran como de siete
No importando que tengas
Veinte, treinta, treinta y siete o
Inclusive setenta.
Comentarios
Publicar un comentario