Las razas no existen, sólo es una extraña mutación selectiva para evitar el melanoma y otras afecciones producto de nuestra desnuda piel. 


Considerarnos humanos y seguir pensando que somos de distintas razas es seguir viviendo en el mundo donde el Hombre del Neandertal se encontró con el Homo Sapiens. Dos especies que pudieron cruzarse genéticamente gracias a su condición de homínidos (especies de hombres que caminan en dos patas). Estos homínidos resultantes se pudieron haber perdidos entre los Miles de años de intercambio genético, cosa que ya resulta vaga para determinar qué somos. La única verdad científica es que si de razas hablamos la nuestra es una sola, la humana. 


Ahora, que el problema es el color de piel. Ok. Eso ya es otra cosa. 




El color de piel no tiene nada que ver, ni remotamente, con la "raza" no somos caniches para hablar así. Pero sí tiene que ver con lo que alguna vez un señor llamado Charls Darwin dijo sobre la selección natural de las especies. O el mismo fraile católico, sí, católico, leyeron bien, Gregor Mendel, mencionó en sus experimentos con los guisantes (venga, caraotas blancas, negras, verdes o rojas) cuando cruzaba éstas en distintos experimentos y surgían los colores según sus genes dominantes. 



Bien, en estos dos personajes y en sus distintos estudios es donde se explica el secreto de nuestra piel. O del color de nuestra piel, mejor dicho. 


Basándonos en las leyes de la evolución observadas por Darwin, la especie se adapta a sus condiciones. Así fue como en las llanuras de África hace más de dos punto cinco millones  años, un par de tipos de homínidos -Homo rudolfensis y Homo habilis- se comenzaron a alzar en dos patas (desde ahí los podemos llamar homínidos) para, como cual suricatas actuales, ver en el horizonte por si acechaba algún depredador. Años y años de esta conducta, dictó a la evolución que sus miembros inferiores y columnas se reacomodaran, de forma antinatural (no hay nada más antinatural que caminar erguidos, y ni hablar del habla y de la escritura. Por lo visto todo lo civilizado es lo más antinatural) para poder caminar erguidos y así surgió, cómo cuando los hombres se paran en las mañanas,  el Homo Erectus. 


Hasta este punto nuestra piel estaba cubierta por pelos, una capa natural que nos protegía de los elementos de la naturaleza pero, algo sucedió, tal vez el calentamiento repentino del planeta (sí también se ha descubierto que habían cambios climáticos  global naturalmente en esa época) que originó la pérdida de este pelaje, y cómo Adán y Eva de la mitología católica, nos vimos desnudos, más por la necesidad que por el pecado, y comenzamos a vestirnos con pieles de animales y fibras Vegetales. Pero este hecho civilizado, el de la vestimenta, no sucedió como si nada. Antes de nuestra mente ya nuestro sistema evolutivo había generado un mecanismo para protegernos del sol inclemente de las llanuras africanas. La solución para filtrar los terribles rayos UV que dañan el organismo y consumen nutrientes esenciales de nuestro cuerpo fue la pigmentación. Y sí, es que mientras más oscura la piel más protección contra esos terribles rayos se tiene. 


Y así fueron nuestros inicios. Éramos oscuros, para no decir negros (en la actualidad se molestan si una persona que no tiene ese color de piel dice esa palabra)  y éramos felices. Pero la necesidad de expansión o ganas de caminar y probar que podíamos andar a dos patas por dónde nos diera la gana, nos llevó a buscar nuevas latitudes, emprendiendo así largos viajes al resto del continente y el mundo. 


Y pasamos por los valles del Nilo y estepas de Mesopotamia, donde ya el sol bajaba su intensidad, y nuestra piel seguía oscura pero variaba el tono. Y seguimos hacia el norte, y cual Jon Snow, nuestra piel se aclaró mientras protegíamos a los nuestros desde las amuralladas cuevas en las montañas de Europa, de los terrores que albergaban las oscuras noches. Ya acá, con menos intensidad de los mortíferos rayos UV, gracias a la nubosidad, grandes bosques y, el clima frío que nos obligó a taparnos con más pieles y ropaje, nuestra oscura piel se fue aclarando. Años y años de adaptación, nada que ver con la raza. Hasta en las alturas de Europa, nuestros pulmones cambiaron y, eran más grandes para aprovechar así la ausencia de grandes cantidades de oxígeno que sí había en territorios más insulares. 


Pero esto no quedó ahí, ya que el Homo Erectus, ya convertido en Homo Sapiens, la especie dominante que salió de África (sí leyeron bien supremacistas blancos, África) siguió su recorrido como si una fuerza mística le hubiera dicho que ese era su deber, poblar la tierra y caminar en dos patas por todo sobre lo que se pueda caminar, y cruzando el estrecho de Bering llegó hasta américas, -y estoy hablando de occidente, porque para oriente llegó hasta Australia pasando por china y Japón-. En estas latitudes más cálidas, las pieles de nuestro ser, ya blanquecinas por la evolución, se tuvieron que volver a tornar con pigmentos coloridos que nos ayudarán a andar con menos ropajes para igual protegernos del sol, "¡oh malévolo y despiadado Dios de los mortales, nos das la vida pero nos la quitas por igual!".


De esta forma se fueron generando a través de los miles de años cambios evolutivos que calaban, lógicamente, en nuestro ADN y que en nuestra ignorancia llamábamos Raza, y todo porque se creían que por tener distintos rasgos éramos de otro planeta. 



Así funciona la evolución, no lo digo yo, que de esto no sé nada, lo dice Darwin, y de cómo combinamos nuestros genes, para eso está Mendel. Ah, que somos unos vivarachos y queremos ser más que otros y buscamos falsas razones, eso es otra cosa. Pero no nos matemos por eso, que de negro, amarillo, blanco y rojo todos tenemos un poco.


Comentarios

  1. De nuevo muy divertido el final, la alusión a Darwin y a Mendell me hizo recordar el episodio de Cosmos sobre el tema. Nuestra historia como seres vivos es fascinante, más allá de prejuicios e ideas preconcebidas, abrazos.

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