De la vid al Olimpo   


Aquel hombre no pudo huir de su propio destino. Destino que él mismo se había labrado, con tanto afán al haberse empeñado en enamorar a la joven reina. Semanas de cortejos y regalos colmaron sus visitas a la corte. Su receta de aquella bebida mágica y embriagadora le ganó la confianza del rey. Todas sus cosechas, el apuesto agricultor, llevaba ante el rey y su reina. El fruto de su vid… las más dulces cepas y el más adictivo elixir que sus antepasados conjugaron a través de años de pruebas, de ensayos y error. No eran los únicos, pero si los que mejor hacían aquella deliciosa bebida que liberaba al hombre de todas sus ataduras. Su receta estaba en buen resguardo. Solo él, como descendiente directo de los primeros hombres, sabía cómo hacer que las uvas llegaran a extraer su verdadera esencia. 

El rey encargaba decenas de vasijas de aquel vino en cada temporada. En el mundo conocido, sólo aquel reino arcaico, celebraba la cosecha con la fruta de la vid y en cada comienzo de la temporada estival, daban gracias a la madre naturaleza. 

La embriaguez cegó al rey y no vio cuando su joven reina empezó a comulgar con el vinicultor. De hecho, en presencia del propio rey, urgía el romance entre aquellos dos, pero en su trance, el rey solo lo creía un mal sueño hasta que, la lucidez se apoderó de él. Sin piedad, el traicionado monarca, mandó a descuartizar al joven amante y a encerrar a su reina.

Los hombres del rey llevaron al joven a una cueva en los confines del reino, donde se disponían a desmembrar al asustado ser. "Por favor no. No lo hagan" decía entre sollozos y espasmos de terror. "Les daré lo que quieran. Mis tierras. Las pocas pertenencias que tengo, todo se los doy. Pidan lo que quieran, pero no me maten". Los hombres del rey, que eran hermanos, lo vieron con curiosidad y el menor de los dos, que era adicto a la bebida que el joven aterrado hacía, le preguntó con perspicacia: "¿En serio nos darás lo que pidamos? ¿Cualquier cosa?". Lanzándole una mirada de atención a su hermano mayor, prosiguió. "Queremos que nos enseñes a cultivar y a hacer esa bebida que le llevas al rey. Ese es nuestro precio" y con espada en mano esperaron una respuesta. "Por mi madre que está en los cielos, claro que les enseñaré"...

Los hombres del rey volvieron a palacio con el hígado y el corazón de su víctima, prueba de su trabajo culminado.  Solicitaron un tiempo de permiso para visitar a su padre que vivía lejos y estaba moribundo, el rey se los concedió. 

Cuando los hombres del rey llegaron a palacio, luego de un año sin ver a su rey, este se sorprendió al verlos con carretas llenas de vasijas de excelente vino. Los hombres, al ver la sorpresa de su rey, se apresuraron a decir que en la aldea de su padre había llegado un desconocido al que le faltaban partes del cuerpo, quien les enseñó a cultivar la vid para hacer aquel vino. "Se hacía llamar Dionisos, y su madre estaba en el cielo". Sin más retraso, el rey anunció el comienzo de las festividades y el pueblo se embriagó. Al final de la semana, ya terminadas las fiestas y vaciadas las vasijas de vino, los habitantes del reino pasaban las resacas y desmanes de la embriagues, sin arrepentimientos, el rey visitaba a su reina cautiva en las mazmorras y los dos hombres, después de desvelar la receta del vino al rey, yacían sin corazón ni hígado en la misma cueva donde, un año atrás, habían conjurado aquella empresa con el joven vinicultor amante de la joven reina.

 

Comentarios

  1. Muy buen cuento Dionicio, como siempre, bien narrado y con un relato que intriga y atrapa, muchos besos, Maylen.

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