Las mamis no se queman.
A Marcelina, que aun le falta mucho para ir a cocinarle a Dios.
La mujer no recordaba el pasado, por el contrario lo vivía día a día. Sus recuerdos a veces se perdían entre el presente y el pasado reduciéndose a una condición vegetativa. Vivía en un estado neutral del tiempo.
Esa tarde llegó de emergencia al hospital. Sus hijos, nietos y bisnietos le explicaban a la Doctora de guardia lo ocurrido con su salud "Estaba tranquila, y de repente comenzó a temblar. Mi negra se puso pálida Doctora" decía la menor de las hijas que, entre la mascarilla y las gafas empañadas, trataba de controlar los sollozos por el temor de perder a su anciana madre...
La mujer cocinaba como para los reyes. Su sazón, herencia de un pueblo con tierras fértiles y tan negras como el carbón, sólo inspiraba las historias sobre su mano mágica para los platos más sublimes "¡Que comida tan rica! ¿Eres un chefs?" Preguntaba la niña al subirse en una silla para ver a su nana sofreír los ajíes y demás aliños en el fogón de leña que había en su casa. "Cuidado y una braza te cae, o una chispa de aceite, hija. Te puedes quemar". La nana le pedía a la niña que se alejara un poco del fuego. "Pero tú no te quemas. ¿Por qué no te quemas?. ¿Es que las mamis no se queman?" Insistía una y otra vez la niña espectadora. "No hija, las mamás no se queman" le respondía la nana mientras bajaba del fuego un caldero caliente usando sólo un pequeño pañito que, para manos más delicadas supondría muy poca protección contra el calor.
La niña se imaginaba a aquella, su nana, una señora grande, negra como el azabache, de ojos profundos como el universo y con las manos callosas por manipular el fuego y la tierra de su huerto; como un ser de otro mundo capaz de conjurar en sus platos los sabores más exquisitos para su paladar y los aromas más envolventes para su ser. "¿Tú le cocinas a Dios?" Preguntaba la niña mientras esperaba que le sirviera una taza de sopa. "No hija, pero cuando me muera le cocinaré a Papá Dios" respondió la nana entre una sonrisa mientras veía como la pequeña engullía aquel brebaje que le calentaba el cuerpo y le revitalizaba el alma.
Veinte años pasó de aquello. La niña creció y se hizo mujer. Con dos niños intentaba reproducir las recetas de su nana, no con muy buenos resultados. "La verdad es que así no lo hacía mi nana, pero está muy rico" y sólo hasta que comenzó a cocinarle a sus pequeños es que aprendió que no todas las mamás aguantan el calor tan bien "¿las mamás no se queman? ¡Ta' bien pues! Ella no se quemaba, querría decir". Recuerdos que para ambas eran muy latentes, no importa el tiempo, no importa lo vivido, cada una tenía en mente a la otra.
Hace quince años una enfermedad la alejó de los fogones y de la casa de la niña. Su mente comenzó a dispersarse y a desviar su día a día. Las ráfagas de recuerdos la sorprendían en una casa ajena y buscaba regresar, de manera infructuosa, a la casa de la pequeña comensal una y otra vez.
Aquel día, tratando de estabilizar su estado de salud la Doctora, que la había atendido, la miraba con cuidado y chequeaba sus signos vitales. Le cantó una canción que aprendió de niña de su nana y le narró historias de su infancia. Viendo sus manos desde el otro lado de su mascarilla, notó las marcas de quemaduras y cayos ya suavizados por el paso del tiempo. Sintió una dulzura inusual en su paciente. "¿Las mamis no se queman? Le preguntó la Doctora entre una sonrisa que traspasaba la máscara. Los ojos perdidos de la mujer se centraron en los de aquella figura enmascarada que tenía al frente y se llenaron de un brillo deslumbrante al reconocerla enseguida. "Ay hijita, te voy a contar un secreto: si se queman, pero uno se aguanta porque no hay de otra. Jajaja" y soltando un llanto de alegría abrazó a su pequeña. Más de quince años de estudios y viajes no permitieron volver a verse hasta aquel día. "Hijita, voy a ir a cocinarle a Dios pero primero una última comida contigo ¿sí?"
La ternura del relato llena el alma de aromas y sabores infantiles. Estupendo Dionicio. Estupendo. Abrazos 🤗
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