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!José Querido! Las noches en el arrabal Sintiendo que un Gato Negro Se camufla por la ciudad Compone sus tantos cuentos. El va sin severidad, Sin mal ni ojos ajenos. Le gusta ver la ciudad Según la veía su Tío Abuelo. La salsa de Celia cruz -La Sopita en Botella con ¡azúcar!- El brillo de la luna en la disco  Dilatan sus pupilas con su luz. Canta y baila en un poema. Brilla y goza en miles de texto. No recuerda lo que fue Pero es la historia de su cuento. La gente lo ve muy bien mozo  Lo saluda y lo acompaña Lo quieren en su mesa Cómo si fuera lasaña. La cultura lo acogió Lo hizo pródigo en su tierra Lo enfermó y lo curó Como se escribe un poema La Pantera de Java  De los movimientos más astuto  Se crió en las colinas De los verdes más profundos   Formado al Raz del Suelo Con Almácigos de caña y miel Y Animales míticos  Que viajan en su piel.  Mi otro corazón… Como decimos en texto, mi hermano de otra madre Con tu amistad me alimento. José del Carmen s...
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  De la vid al Olimpo    Aquel hombre no pudo huir de su propio destino. Destino que él mismo se había labrado, con tanto afán al haberse empeñado en enamorar a la joven reina. Semanas de cortejos y regalos colmaron sus visitas a la corte. Su receta de aquella bebida mágica y embriagadora le ganó la confianza del rey. Todas sus cosechas, el apuesto agricultor, llevaba ante el rey y su reina. El fruto de su vid… las más dulces cepas y el más adictivo elixir que sus antepasados conjugaron a través de años de pruebas, de ensayos y error. No eran los únicos, pero si los que mejor hacían aquella deliciosa bebida que liberaba al hombre de todas sus ataduras. Su receta estaba en buen resguardo. Solo él, como descendiente directo de los primeros hombres, sabía cómo hacer que las uvas llegaran a extraer su verdadera esencia.  El rey encargaba decenas de vasijas de aquel vino en cada temporada. En el mundo conocido, sólo aquel reino arcaico, celebraba la cosecha con la fru...
El banquete del alacrán    La compañía del capitán Pinilla, uno de los más conocidos guerrilleros de la Sierra de Falcón, llegó esa mañana al conuco del negro Manuel; sus nueve muchachos y su mujer vieron cómo los hombres del capitán Pinilla caminaban por los previos de sus sembradíos y aplastaban las matitas de maíz que la pequeña Marcelina había sembrado dos días atrás. Ella y sus hermanos habían escuchado de las grandes proezas y batallas que hombres como Pinilla habían librado en nombre del pueblo. La lucha por la libertad de los pobres y la igualdad de los campesinos como su papá, era su principal bandera. La emoción de sus hermanos y sus sueños y juegos de guerra con falsos fusiles de palo que su padre, el negro Manuel, les había hecho, estaban cobrando vida. Marcelina vio a los hombres de Pinilla, chicos no mayores que su primo, que hasta hace un año jugaba con ella, cómo rodeaban la casa haciendo guardia mientras el capitán hablaba con su papá. Los soldados vieron a lo...

Mansa Musa (el hombre más rico que la historia ha conocido)

  Mansa Musa Durante la época del imperio Malí, Medio Oriente se encontraba en plena bonanza. El imperio conquistó once ciudades que reflejaban su opulencia y fortuna. "Dios le sonreía a los fieles" decía Mansa Musa. Aún los más pobres y desvalidos súbditos y esclavos vestían bellos ropajes de la mejor seda persa; su gobernante no dejaba que sus vasallos y ciudadanos vistieran harapos, y menos pasar hambre, por tal motivo hacía traer toneladas de bellas telas y pieles para cubrirlos, e invertía el oro de sus minas en el trabajo de los campos para alimentar a su pueblo con sus cosechas y ganado. Los Mandén del África occidental vivían bien pero, esta generosidad y riquezas no eran conocidos fuera de sus fronteras, en esto eran muy reservados y por esto sus enemigos y rivales de la región subestimaban su capacidad de guerra y los menospreciaban. Mansa Musa no seguiría dejando que esto fuese así. Oró a Alá y decidió hacer su peregrinación a la Meca, pero no iría sólo no, tras él...
  De siete. El camino empolvado reconoce mis pies. Me trae de vuelta. Aplana mi frente y mis manos. Y deambulo por desiertos, aunque secos, más humano y, de suaves dedos arrugados.  Los mismos dedos que picaban  el ají para el guiso  y endulzaban el café del primer rayo de luz en las mañanas. Las mismas arrugas dónde surcaban  Los ríos de mi infancia Y los centavos del mandado.  Cada vez que esos ojos vidriosos me reflejan vuelvo a ser niño.  No importa que tenga veinte, treinta o treinta y siete.  Incluso si tengo setenta,  si me reflejo en esos ojos siempre tendré siete... Siete es una buena edad. Siete es una excelente edad. La edad que tuve la primera vez que me enamoré  y supe que ella me correspondía.  Antes de esa edad era sólo instinto. Luego fue verdad con sentido.  Esa era la edad que Tuve cuando gané mi primera canica,  o metra,  como se dice en mi pueblo.  Bailé mi primer trompo  y volé  en ...
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  Las mamis no se queman. A Marcelina, que aun le falta mucho para ir a cocinarle a Dios. La mujer no recordaba el pasado, por el contrario lo vivía día a día. Sus recuerdos a veces se perdían entre el presente y el pasado reduciéndose a una condición vegetativa. Vivía en un estado neutral del tiempo.  Esa tarde llegó de emergencia al hospital. Sus hijos, nietos y bisnietos le explicaban a la Doctora de guardia lo ocurrido con su salud "Estaba tranquila, y de repente comenzó a temblar. Mi negra se puso pálida Doctora" decía la menor de las hijas que, entre la mascarilla y las gafas empañadas, trataba de controlar los sollozos por el temor de perder a su anciana madre...  La mujer cocinaba como para los reyes. Su sazón, herencia de un pueblo con tierras fértiles y tan negras como el carbón, sólo inspiraba las historias sobre su mano mágica para los platos más sublimes "¡Que comida tan rica! ¿Eres un chefs?" Preguntaba la niña al subirse en una silla para ver a su nan...
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  El pacto Aquel viejo fue perdiendo la luz gradualmente. En su juventud veía a lo lejos como los conejos,  que iba a cazar con su padre, asomaban las orejas por las madrigueras, así como también los multicolores que destellaban de los pequeños bisures que le gustaba perseguir por los patios de las casas de sus vecinos. Luego, los rayos del sol comenzaron a opacarse y los colores del mundo cada vez se tornaban en un gris frío y desolador. A los 34 años ya solo formas y figuras vagas se vislumbraban en sus ojos. La vista pasó a un último plano entre los sentidos que usaba. Hasta que ya después de tanto tiempo en penumbras era como si nunca hubiera abierto los ojos para ver el día.  Los recuerdos de los colores eran lo que más lo agobiaba: el azul del cielo. Lo amarillo del sol. El granate de las granadas de la mata que tenía en su patio y que desgranaba junto a su mamá. El verde del cilantro, que al olerlo en las sopas de los domingos más le dolía el recuerdo; hasta el neg...